Él se despertó, como cada mañana, con los primeros rayos de
sol. Se giró hacia ella y se quedó contemplándola. No pudo evitar que se le
escaparan las lágrimas cuando empezó a recordar su historia de amor:
Un cruce de miradas bastó para saber que estarían juntos
toda la vida. Aún sabiendo que eran muy jóvenes, no se separaron nunca. Incluso
al salir del colegio quedaban en el parque, disimulando sus roces de manos en
el tobogán, o sus miradas en los columpios. Fueron creciendo juntos sus cuerpos
y su amor. Acabado el colegio fueron al mismo instituto. Ya sin importar las
miradas y sin miedo a sus sentimientos, se les veía aparecer cogidos de la
mano. Cada vez era más fuerte la luz que desprendían cuando se miraban por los
pasillos. Se fueron a vivir juntos en cuanto tuvieron un trabajo, y vivían con
intensidad los anocheceres y los despertares. Incluso el paso de los años no
apagó las ganas de salir del trabajo para correr el uno junto al otro. Por
supuesto que la vida les puso en apuros varias veces, pero eso no hizo más que
agrandar lo que sentían el uno por el otro. Incluso cuando ella ya no le
recordaba, él la intentaba enamorar día tras día. En esos últimos años le
entregó todo su alma y la cuidó como la había cuidado toda la vida, y era la
persona más feliz del mundo cuando ella tenía esos pequeños momentos de lucidez
y le decía “te quiero”.
Mientras la miraba ella despertó y, mirándole a los ojos, le
dijo estas últimas palabras: “Te prometo que te esperaré allí donde vaya. Nunca
romperé la promesa que te hice de amor eterno. No tengas prisa en venir
conmigo, sé todo lo que me has dado y te mereces vivir libre de mi carga.
Cuando llegue el momento yo misma vendré a buscarte, pero mientras tanto… vive”.
No tuvo tiempo de contestar. Ella volvió a cerrar sus ojos después
de darle un último beso y se fue.
En ese momento pensó que no podría vivir ni un día sin ella,
que sólo pensarlo le angustiaba tanto que le costaba respirar. Iba a ser
imposible dejar de abrazarla, de besarla, de escucharla, de impregnarse de su
olor, de perderse en sus ojos.
Y así los encontraron un día después, tumbados en la cama,
abrazados y con una sonrisa en sus caras.
Y es que no hay nada como encontrar a esa persona que te
haga feliz, que te complete, que te llene por completo. Esa persona con la que
quieras vivir todos tus días, a la que quieras abrazar, besar, escuchar, oler y
mirar eternamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario