jueves, 7 de mayo de 2015

Un amor eterno



          Él se despertó, como cada mañana, con los primeros rayos de sol. Se giró hacia ella y se quedó contemplándola. No pudo evitar que se le escaparan las lágrimas cuando empezó a recordar su historia de amor:
          Un cruce de miradas bastó para saber que estarían juntos toda la vida. Aún sabiendo que eran muy jóvenes, no se separaron nunca. Incluso al salir del colegio quedaban en el parque, disimulando sus roces de manos en el tobogán, o sus miradas en los columpios. Fueron creciendo juntos sus cuerpos y su amor. Acabado el colegio fueron al mismo instituto. Ya sin importar las miradas y sin miedo a sus sentimientos, se les veía aparecer cogidos de la mano. Cada vez era más fuerte la luz que desprendían cuando se miraban por los pasillos. Se fueron a vivir juntos en cuanto tuvieron un trabajo, y vivían con intensidad los anocheceres y los despertares. Incluso el paso de los años no apagó las ganas de salir del trabajo para correr el uno junto al otro. Por supuesto que la vida les puso en apuros varias veces, pero eso no hizo más que agrandar lo que sentían el uno por el otro. Incluso cuando ella ya no le recordaba, él la intentaba enamorar día tras día. En esos últimos años le entregó todo su alma y la cuidó como la había cuidado toda la vida, y era la persona más feliz del mundo cuando ella tenía esos pequeños momentos de lucidez y le decía “te quiero”.
          Mientras la miraba ella despertó y, mirándole a los ojos, le dijo estas últimas palabras: “Te prometo que te esperaré allí donde vaya. Nunca romperé la promesa que te hice de amor eterno. No tengas prisa en venir conmigo, sé todo lo que me has dado y te mereces vivir libre de mi carga. Cuando llegue el momento yo misma vendré a buscarte, pero mientras tanto… vive”.
No tuvo tiempo de contestar. Ella volvió a cerrar sus ojos después de darle un último beso y se fue.
          En ese momento pensó que no podría vivir ni un día sin ella, que sólo pensarlo le angustiaba tanto que le costaba respirar. Iba a ser imposible dejar de abrazarla, de besarla, de escucharla, de impregnarse de su olor, de perderse en sus ojos.
          Y así los encontraron un día después, tumbados en la cama, abrazados y con una sonrisa en sus caras.
          
          Y es que no hay nada como encontrar a esa persona que te haga feliz, que te complete, que te llene por completo. Esa persona con la que quieras vivir todos tus días, a la que quieras abrazar, besar, escuchar, oler y mirar eternamente.



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