Vivimos en una isla en la que gran parte de sus ingresos
vienen del turismo, una isla increíble con un clima increíble y un paisaje
increíble. Pero debemos preguntarnos: ¿es este el turismo que queremos?
Un año más vuelve el turista borracho, delincuente,
prepotente y marrullero. Un año más (y cada vez creo que es peor), vuelven las
peleas, los balconing, la suciedad y la poca vergüenza de este extranjero que
cree tener el derecho de hacer lo que se le pase por la cabeza. No sé en qué
cláusula de su billete está escrito que tiene derecho a hacer todo lo que en su
país “desarrollado” no puede hacer.
Y digo desarrollado entre comillas porque
un país donde existe gente capaz de comportarse de semejante manera es de todo
menos desarrollado.
Yo no quiero el turista que ensucie calles y playas. No
quiero el turista que corra desnudo por las calles. No quiero el turista que se
pelee en los bares. No quiero el turista que rompa mesas, sillas y papeleras. No
quiero el turista que tiene sexo en cualquier sitio. Quiero el turista que sepa
disfrutar de la isla. Quiero el turista educado. Quiero el turista responsable.
Y estoy seguro que la hostelería piensa igual que yo.
Y es que, señores, yo quiero a mi isla.