Tengo una mezcla de sentimientos.
Por una parte me da una pena enorme ver cómo hay gente que
tiene que huir de sus países por culpa de unos locos que en nombre de la
puñetera religión se siente con el derecho de imponer sus creencias a golpe de
balas y bombas. Esos países que si en su momento nadie hubiera intentado
saquear, seguramente hoy no estarían como están.
Por otra parte siento rabia. Rabia al ver cómo Europa ha
ignorado durante años nuestro problema de inmigración en España, pero ahora
todo el mundo está buscando una solución urgente cuando esta gente busca un futuro
mejor en países como Alemania, Francia o Bélgica.
Y también siento vergüenza. Vergüenza de ver que los noticieros
pueden poner las imágenes que les den la real gana, a la hora que sea, sin que
nadie diga nada. Imágenes que pueden ser tan fuertes como la de un niño de tres
años ahogado en la orilla del mar. Imágenes que a las tres de la tarde las
puede ver cualquier niño en casa y al que hay que responder a su pregunta de “papá,
¿porque hay un niño ahí?, ¿Qué le pasa?”.
Que la gran mayoría de periodistas se pase la ley de la
objetividad por el forro ya no sorprende a nadie. Que según la cadena de
televisión que veas o el periódico que leas cambien las noticias a derecha o
izquierda ya no molesta, la gente ha optado por leer lo que quieren leer. Pero
que valga cualquier cosa para ser líder de audiencia… Eso ya no tiene nombre.
Buenos, sí lo tiene, pero no lo voy a escribir.
Qué se puede esperar de un país donde hay leyes que no son
justas, donde los ricos son más ricos y los pobres son más pobres, donde se
juzga más rápido y con más dureza el robo de unos pañales que el robo de
millones de euros, donde los poderosos roban descaradamente haciendo que paguen
los de abajo, donde entrar en la cárcel no es lo mismo para un rico que para un
pobre ni por tiempo ni por comodidades, donde por ley ya no puedes ni protestar
por unos derechos que costaron sangre, sudor y lágrimas conseguir y nos están
quitando sin ni siquiera ponerse un poquito de vaselina; donde hubo un día en
que la gente de abajo se hartó y salió a la calle con las ganas y la energía
para poder cambiar las cosas, pero tengo la sensación de que con el tiempo se
ha quedado en eso, en una mecha de esperanza apagada antes de entrar en el
polvorín.
La verdad es que, entre la meteorología y los humanos,
parece que el mundo se está yendo al carajo.
Menuda herencia les estamos dejando a las futuras generaciones.
Cuanta razón tienes, ojalá cambie la cosa, por el bien de todos.
ResponderEliminar