19 de marzo de 2013
No hay nada más triste que ver cómo se va apagando la llama
de una vela, y sobre todo, cuando esa llama que ves apagarse es la de una
persona.
Alguien a quien le debo la vida, la que ha hecho, en gran parte, que
yo sea hoy como soy.
Alguien que siempre ha estado a mi lado.
Un cómplice
aunque no de palabra, pues bastaba un cruce de miradas para tener una
conversación más profunda de lo que muchos puedan creer. Mirada que hoy se
pierde en sueños que no llegamos a entender. Una persona que aunque no sea
perfecta, no consigo encontrar un recuerdo malo, al contrario: mis despertares
de niño los fines de semana, esperando su silbido para correr a su cama; los
domingos de paseo y pelota en el descampado de detrás de casa; mis cigarros a
escondidas, y sin embargo, el único regalo que recuerdo de él fue un paquete de
tabaco el día que cumplí 18 años…
Hoy, el día del padre tiene para mí un
sentido diferente al de otros años. Feliz por la felicitación de mis hijos a
primera hora de la mañana, pero triste por saber que hoy puede ser uno de esos
días en que esa persona me mire y tal vez no sepa ni quién soy. Triste por ver
el sufrimiento y el dolor de la gente que le rodea, de mis hermanos, de mi
madre, de mi abuela…
Hoy, aunque una parte de mi corazón esté triste, te deseo Feliz
Día del Padre.
Papi… te quiero
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