Era una mañana de verano. Aún no había amanecido. Me
desperté una hora antes de que sonara el despertador. Me giré hacia mi
izquierda y allí estabas tú, durmiendo boca arriba sin más ropa que unas
braguitas de encaje negro.
No lo pude evitar y comencé a besarte el cuello
mientras acariciaba tus pechos, los cuales contestaron enseguida endureciendo
tus pezones. Sin salir del todo de tu sueño buscaste mi boca y tu lengua se
enredó con la mía. Después de acariciar cada milímetro de tu cuerpo, mis manos
buscaron tu tesoro sin encontrar ningún obstáculo. Tus piernas se abrieron para
que mis caricias llegasen a todos los rincones a la vez que comenzabas a gemir
tímidamente. Mi boca fue buscando el camino que antes dejaron mis manos por tu
cuerpo, deteniéndome durante más tiempo en tus pechos y endureciendo aún más
esos pezones que apuntaban al techo. Al tiempo que llegaba a tu monte deslicé
tus braguitas de encaje hasta que acabaron tus piernas y así pude concentrarme
en tu cueva. No sé qué me excitó más, que tus gemidos aumentaran y se empezaran
a entre cortarse o notar lo mojada que estabas. No paré de juguetear, ni
siquiera cuando te corriste la primera vez; sólo me detuve cuando noté que tu
segundo orgasmo fue tan intenso que comenzaron a temblarte las piernas. Era el
momento de volver a recorrer tu cuerpo con mi boca en sentido opuesto y, al
llegar de nuevo a tu cuello, me introduje en tu interior levantando mi mirada
para poder contemplar tu expresión de placer al notarla dentro de ti. El
movimiento, suave al principio, hizo que comenzáramos a sudar, lo cual hizo que
la fricción fuera casi nula. El aumento de tus ansias me hizo ver que era el
momento de subir el ritmo y pude notar cómo explotabas en un orgasmo que te
hizo perder tanto el control que hasta te mordiste el labio llegando casi a
hacerte sangre. Volví a los movimientos suaves mientras te recuperabas y, una
vez recobrada totalmente, te di la vuelta. La visión de tu espalda, las
caricias de las yemas de mis dedos por tus costados y besarte la nuca mientras
te penetraba de nuevo apoyado en tus nalgas hicieron que mi excitación llegase
a los máximos. Mis piernas rodearon a las tuyas e hicieron que se cerrasen. Eso
aumentó el roce de mi bombeo haciendo que me pidieras más hasta que volviste a
mojar las sábanas y sin dejar que te recuperaras busqué tu clítoris de nuevo,
esta vez con mis dedos mientras volví a aumentar el ritmo. No habías terminado
de recuperar la respiración cuando comenzaste a gemir que te corrías de nuevo.
Pero esta vez te acompañé haciendo que nuestros flujos se uniesen como si
fueran uno sólo.
Nos fuimos recuperando poco a poco mientras seguía
acariciándote durante nuestro abrazo y así te di los buenos días justo cuando
sonaba el despertador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario