jueves, 11 de junio de 2015

Mi vida, mi Sara



Como cada mañana, Miguel se levantó temprano con los primeros sonidos de su móvil que usaba también como despertador. Entró en el baño, se afeitó y se duchó antes de desayunar su ansioso café con leche, al que acompañaba con unas tostadas de pan de molde y mantequilla. Se puso su uniforme y se dirigió al trabajo. Trabajaba en una pequeña frutería que había en el barrio, a dos manzanas de su casa, donde se vendía ya de todo. Era la típica tienda donde las señoras del barrio pasaban las horas solucionando el mundo y criticando a sus vecinas más que comprando, acompañadas por supuesto por Paquita, su jefa. Paquita era una mujer mayor, ya canosa, pero con una energía increíble. Había trabajado en esa frutería toda su vida, desde que su padre la abrió cuando ella era una niña, así que conocía a todo el mundo en el barrio.

Aunque Miguel era un hombre tranquilo, llevaba unos días nervioso. El motivo de su nerviosismo era una chica que entró hacía una semana en la tienda a comprar una barra de pan. No sabía que le había pasado, pero cuando vio esos increíbles ojos le empezaron a sudar las manos y tuvo la sensación de volver a tener dos años por lo patoso que estuvo mientras ella estuvo delante. A partir de ese día, ella pasaba por delante de la tienda sobre las nueve menos cuarto, y Miguel paraba cualquier cosa que estuviera haciendo para poder verla pasar. Era el mejor momento de la jornada laboral. No podía quitársela de la cabeza, y soñaba con que entrara otra vez a comprar algo para poder hablar con ella.

Pero ese día, ella no pasó. A Miguel se le pasaron por la cabeza todo tipo de motivos por el cual ella no había pasado esa mañana, desde que se había dormido hasta que le había pasado algo malo. No sabía dónde vivía ni cómo localizarla. De pronto recordó que su jefa conocía a todo el mundo, así que le preguntó si conocía a la chica misteriosa. No sabía cómo lo hacía, pero Paquita ya sabía muchas cosas de ella, aunque sólo llevara en el barrio una semana. Le contó que se llamaba Sara, que se había venido a vivir a dos entradas de la tienda, sola. Que acababa de salir de una relación tortuosa con un novio del que se había enterado que tenía más “amigas” de lo normal. Sara había encontrado trabajo a diez minutos de su casa, en la recepción de una tienda de informática.

Mientras Paquita le contaba lo que sabía de Sara pasó una ambulancia, cosa a lo que no habría prestado atención de no ser porque se paró cerca de la tienda. No pudo evitar pensar que ella era el motivo, así que salió de la tienda y fue a ver qué había pasado, deseando equivocarse en sus malos pensamientos. Pero no fue así. Casi se le para el corazón cuando la vio tumbada en la camilla con los enfermeros corriendo de una manera que nada bueno presagiaba. Después de ver partir a la ambulancia a toda prisa, se dirigió de nuevo a su trabajo. Durante el resto de la mañana no se pudo quitar de la cabeza a Sara, y por la tarde ya no aguantó más y le pidió a Paquita que le diera libre, que necesitaba saber qué había pasado. Por supuesto, Paquita ya había notado lo que sentía Miguel y no puso ninguna pega.

En urgencias trabajaba Toni, un amigo suyo al que conocía desde el colegio. Gracias a esa amistad, pudo saber que el corazón de Sara no había aguantado más y estaba en estado crítico. Si no conseguían un donante urgentemente no duraría mucho. Miguel no lo dudó ni un segundo y se ofreció voluntario para ser ese donante pero, por supuesto, fue algo que no podían aceptar.
Esa noche, a las nueve y cinco,  recibió la policía una llamada alertando sobre un accidente en un piso a dos manzanas de la frutería. Cuando se presentaron en el domicilio junto con la ambulancia se encontraron a Miguel en la bañera, cubierto de agua y quince bolsas de hielo y una nota pegada en el espejo, en la cual se podía leer:

“Para ti, Sara. Porque solamente haber hablado contigo una vez me ha bastado para darme cuenta que no quiero una vida sin ti, que mi mundo no tiene sentido si no te puedo volver a ver. No te regalo mi corazón, pues desde ese día ya era tuyo, ya te pertenecía sólo a ti. No puedo imaginar mejor manera de ser feliz que formar parte de ti.”

Lo que Miguel no sabía era que Sara se despidió a las siete de la tarde, sin saber que el amor de un desconocido iba a devolverle las ganas de vivir.




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