Al finalizar la reunión, Ariadna se despidió personalmente
de todos los allí congregados. Tal vez fue coincidencia, pero Jota fue el
último de los reunidos a los que despidió. Fue fría y distante. No como de jefe
a empleado, sino como de compañero al que acabas de conocer y aún mantienes una
distancia. Eso terminó de desconcertar a Jota. ¿No se acordaba de él, o aquello
que a Jota le marcó de por vida no fue
nada para ella?
De camino hacia su mesa no podía quitarse ese pensamiento de
la cabeza. ¿Le ignoró? ¿No se acordaba de él? ¿No le reconoció? ¿Se estaba
burlando de él? O peor aún, ¿se estaba vengando por algo que él no conseguía
recordar?
El resto del día no consiguió centrarse en el trabajo. No
podía quitarse a Ariadna de la cabeza. Incluso estuvo a punto varias veces de
entrar en su despacho y hablar con ella. Pero no se atrevía. No sabía si podría
soportar que le hubiera olvidado, que para ella hubiera sido sólo un juego lo
que para él fue el gran amor de su vida.
Llegada la hora de salir del trabajo cogió fuerzas y, sin
pensarlo, fue a su despacho a despedirse, y así comprobar su reacción y saber
por dónde iban los tiros. Y allí estaba ella, sentada detrás de su mesa, con la
cabeza agachada, revisando unos papeles. La luz del sol entraba por la ventana,
haciendo que su pelo rojizo iluminara parte del despacho. Incluso por un
momento juraría haber visto su aura rodeándola. Se volvió a quedar helado, sin
conseguir articular palabra hasta que ella levantó la vista y lo miró a los
ojos. Lo único que consiguió salir de su boca fue un “hasta mañana”, frase que
ella repitió con una sonrisa, mezcla de simpatía y “te conozco”, lo que aún
desconcertó más a Jota.
Camino de casa no pudo parar de pensar en todo lo ocurrido
ese día. El coche llegó a casa como por arte de magia, como si tuviera piloto
automático. Aparcó, bajó del coche y se dirigió a casa. Una vez dentro, dejó
las llaves en la cesta del mueble de la entrada. Se sentó en el sofá y se quedó
mirando al vacío. Le invadió un sentimiento de rabia por no haber hablado con
ella. Sabía que iba a ser una noche larga, de insomnio, de no parar de pensar
en ella, como así sería. De pronto sonó el móvil, lo que hizo que pegara un
salto del sofá. Era un mail. El remitente estaba oculto y dudó en abrirlo por
si fuera un virus. Pero le pudo más la curiosidad y terminó abriéndolo.
Se le heló la sangre al leerlo. El mail sólo contenía una
palabra: “¿Sorprendido?”
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