miércoles, 11 de marzo de 2015

Historias de Jota. Parte II


Ahí estaba ella, frente a Jota. De repente su mente comenzó a viajar por los recuerdos y volvió a revivir unos sentimientos que había intentado olvidar durante años. No supo exactamente cuánto tiempo estuvo convertido en estatua de sal, pero no reaccionó hasta que un compañero le tocó en el hombro señalándole dónde tenía una silla libre. La nueva jefa le saludó con un simple “buenos días”, al que Jota respondió con su habitual buena educación.
Durante las dos horas de reunión, Jota no pudo concentrarse. Su mente seguía viajando por su pasado. Recordaba cómo hace tiempo, al comienzo de unas vacaciones de verano y con dieciséis años, conoció a Ariadna.
Ariadna era una chica de pueblo, pero bastante más espabilada que la mayoría de jóvenes que vivían allí. Tenía casi dos años más que Jota, el pelo ondulado, de color rojizo oscuro (tal vez por eso a Jota siempre le volvieron loco las pelirrojas). Era un poco más baja que él. Sus ojos eran de color miel, grandes y con una mirada que conseguía hechizar al mejor brujo del reino. Nariz respingona, a juego con una boca perfecta, con labios carnosos perfectos, dientes colocados perfectamente y una lengua suave y juguetona. El cuerpo iba completamente acorde con aquel maravilloso rostro.
Jota venía de la ciudad y, aunque como buen caballero, nunca alardeó de ello, ya había tenido algún contacto con el sexo femenino. Pero con Ariadna, todo lo aprendido pareció no servir de nada. De día paseaban en pandilla por el pueblo. Por la noche salían de copas al único pub que había en aquel pueblo, donde se reunían todos los jóvenes. Allí Jota se lo pasaba mejor que bien entre amigos y copas. Pero lo mejor venía al final, a la hora de la despedida. Cuando ya se despedían de los amigos y Jota acompañaba a Ariadna a su casa, era como viajar a un planeta nuevo, descubriendo cada rincón y dejándose embriagar por la adrenalina de una nueva experiencia. Jota aprendió mucho de ella. Incluso ella aprendió algo de él. La verdad es que fue un amor de verano que Jota nunca pudo olvidar, donde llegó a sentir algo que nunca más se repitió. Si bien es verdad que tuvo bastantes relaciones después, incluso alguna de ellas serias, nunca llegó a sentirse tan lleno como le hizo sentir Ariadna.
Se despidieron la última noche de aquellas vacaciones, siendo conscientes de la distancia que les separaba, pero con la firme promesa del recuerdo eterno. Esa noche se lo dieron todo el uno al otro. Noche de pasión y amor que no podría describir ni el mismísimo Shakespeare. Noche de besos, caricias, sudor y gemidos que hasta la Luna cerró los ojos asombrada por lo que no había visto en todos los años de su existencia y envidiosa porque nunca tendría algo tan puro y tan grande como era el sentimiento que invadía a esa pareja.


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