Historias de Jota
Eran las ocho de la mañana. Como cada día, Jota apagaba el
despertador y se levantaba entre bostezos y estiramientos. Una ducha, un café y a
trabajar. Mientras bajaba por el ascensor pensaba que hoy era uno de esos días
en los que te levantas con una sensación diferente, de que algo iba a pasar.
Como siempre Jota saluda al aparcacoches que hay siempre debajo de su casa,
llueva o nieve siempre está ahí. Era un hombre pequeño, de unos sesenta años y
aspecto de haber pasado no muy buena vida, pero sonriente y con ganas de
hablar. Hasta la sonrisa de medio lado del hombrecillo le resultó ese día
diferente a Jota.
Arrancó el coche y se dirigió a la oficina. Hoy todo le
resultaba extraño. Por un momento tuvo la sensación de que los coches con los
que se cruzaba se apartaban para que pudiera llegar antes al trabajo. Incluso
al llegar, encontró fácil aparcamiento en un sitio donde había que dar varias
vueltas a la manzana para, con mucha suerte, encontrar un sitio donde aparcar.
Entró en la oficina. Sus pulsaciones estaban un poco más
aceleradas que de costumbre a esas horas de la mañana, cuando normalmente aún
tiene partes de su cuerpo que no se han terminado de despertar. Saludó a sus
compañeros como cada mañana y, después de algún comentario sobre el partido de
fútbol de anoche, se dirigió hacia su mesa. Debido a los últimos recortes en la
empresa, donde antes trabajaban cuatro personas, ahora sólo estaba él. Su mesa
estaba llena de papeles, colocados en un orden que sólo él conocía. Cada día
intentaba tener su mesa limpia y ordenada, pues el desorden le ponía nervioso,
pero debido a la cantidad de trabajo que tenía normalmente debido a estar sólo,
no siempre conseguía tenerla a su gusto.
Antes de que pudiera sentarse, apareció una compañera que le
anunciaba que la reunión de las nueve y media se había adelantado. Hoy iba a
ser una reunión especial, puesto que se presentaba el nuevo jefe de la sección,
su jefe directo. Echaría de menos a su antiguo jefe. Aunque tenía sus manías,
habían hecho buenas migas y, al estar tanto tiempo trabajando codo con codo,
hasta se habían hecho amigos. A Jota no le gustaban los cambios, así que
prefería que su antiguo jefe no se hubiera jubilado antes de tener que trabajar
con un nuevo jefe del que no se sabía nada en la oficina. Ni siquiera la “maruja”
de la empresa había conseguido descubrir algo sobre ese nuevo fichaje. ¿Por qué
tanto secretismo? Tal vez fueran paranoias de Jota, pero no dejaba de ser
extraño no conocer nada de su nuevo “compañero”.
Jota se dirigió a la sala de juntas. Aprovechó el reflejo en
uno de los ventanales de la oficina para comprobar su apariencia, la cual no le
disgustó del todo. Abrió la puerta y, de repente, sus músculos dejaron de
responder. Sus ojos dejaron de pestañear. Su corazón dejó de hacer su función
de bombear sangre a todo su cuerpo durante un rato. La gente que ya estaba
sentada alrededor de la gran mesa rectangular desapareció de su campo de
visión.
Sólo podía ver al nuevo jefe, o debiera decir… “conocida jefa”.
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